Sembrando semillas del Muntú (parte 2)
Sembrando semillas del Muntú para descifrar mi alfabeto de mujer raíz (parte 2)
Por Ashanti Dinah (Activista, Poeta, Maestra, Investigadora)
Considero que la crítica literaria de herencia hispánica tiene que cambiar sus herramientas teóricas y metodológicas tradicionales usadas para el análisis textual y discursivo de nuestras producciones culturales. Usualmente los modos de ver y de proceder de estos dispositivos instrumentales parten de categorías y aparatos conceptuales universalistas / universalizantes aplicables a todos los artefactos literarios de todas las geografías del cosmos, anulando las particularidades. Desde una chatura intelectual, lo normativo de estas principales tendencias ha sido acentuar y consolidar una visión unidireccional donde se anclan sesgos étnicos.
Aún siguen quedando por fuera los asuntos de la democracia racial o son escasamente estudiados en las letras del continente; aún nuestras obras siguen permaneciendo descatalogadas en las librerías y bibliotecas, desconocidas, inadvertidas, deslegitimadas y poco difundidas en las industrias culturales y los circuitos editoriales; aún no somos lectura curricular de carácter obligatorio en las escuelas latinoamericanas; aún no hay condiciones que favorecen la equidad en el campo literario. Aún hoy no hacemos parte de las Academias de la lengua, porque nuestra presencia en estas instituciones de poder y saber, compuestas en su inmensa mayoría por hombres blanco-mestizos, constituye una suerte de herida abierta a esa representatividad negada.
Frente al epistemicidio estético y a la amenazante resurrección de doctrinas de exclusión, persecución y muerte, que nos han querido distantes, dispersos, silentes, y ante la exotización, demonización, infantilización y primitivismo de las personas negras en la literatura, debemos emprender la tarea como escritores y escritoras afrodescendientes de apelar al Ubuntu vernáculo del “Yo soy porque somos” como filosofía no occidental, como cosmopoética plural, en clave de buen vivir integral. Esta disciplina de saber escuchar las lecciones de las abuelas, carentes del privilegio y del poder de la escritura, lo plasmó la poeta afrocubana Georgina Herrera (1936) en “Oriki para las negras viejas de antes” de su poemario De Gatos y liebres o Libro de las conciliaciones (2009: 48-49). Con la sabiduría antigua de Obatalá, ese Yo colectivo de cimarronas, transformadas en pájaros cantores, enseñaron con vocación didáctica y con el sudor de su lucha a cuestas, la pedagogía de la vida a las más jóvenes:
En los velorios / o a la hora en que el sueño era ese manto / que tapaba los ojos, / ellas eran como libros fabulosos abiertos / en doradas páginas. / Las negras viejas, pico / de misteriosos pájaros, Contando como en cantos lo que antes / había llegado a sus oídos. / Éramos, sin saberlo, dueñas / de toda la verdad oculta / en lo más profundo de la tierra. / Pero nosotras, las que ahora / debíamos ser ellas, fuimos contestonas, / no supimos oír, / tomamos cursos de Filosofía, / no creímos. / Habíamos nacido demasiado cerca de otro siglo. / Solo aprendimos a preguntarlo todo / y, al final, / estamos sin respuestas. / Ahora en la cocina, el patio, / en cualquier sitio, alguien, / estoy segura, / espera que contemos lo que debimos aprender. / Permanecemos silenciosas, / parecemos tristes / cotorras mudas. / No supimos / apoderarnos de la magia de contar / sencillamente / porque nuestros oídos se cerraron, / quedaron tercamente sordos / ante la gracia de oír.
Si partimos del hecho de que el ejercicio creativo es, y debe considerarse un rol de participación política y no subestimarse, los escritores y las escritoras somos agentes culturales de metamorfosis y renovación. Contra la deforestación de la memoria colectiva, nuestro compromiso consiste en reivindicar el humanismo afro para lograr la reconexión orgánica con el tejido de vida enraizado al territorio, mediante una cosmovisión polifónica y ecológica del saber y hacer.
Hombro a hombro, debemos ubicarnos del lado de los procesos organizativos entrelazados a las luchas sociales y, por tanto, del lado de las víctimas del racismo, un racismo que también se maquilla de teatro, que se camufla en el chiste, que nos insulta a través del blackface, de esa carcajada insolente coloreada de negro que festeja, se regocija y nos hiere; nos saca roncha en la autoestima, nos hace sufrir silenciosamente porque “El resto del mundo anhela volver a la normalidad tras la pandemia. Para los negros, lo normal es el anhelo de ser libres […] Con el tiempo, los médicos encontrarán una vacuna contra el coronavirus, pero las personas negras continuarán esperando, a pesar de la inutilidad de la esperanza, una cura contra el racismo”, como lo formula la escritora afronorteamericana de ascendencia haitiana Roxane Gay en una columna de opinión en The New York Times.
En contrapunto, debemos anteponer los epítomes de la rebeldía y la insurgencia en aras de reafirmar nuestras identidades, como lo hace la poeta afrocubana Nancy Morejón (1944) en su poema de corte épico “Mujer negra” (1967) que relata la vejación, el abuso sexual, y luego la toma de conciencia de una mujer cautiva que logra fugarse a un palenque, enclave de asentamiento cimarrón al margen de la institución esclavista para luego unirse a las tropas independentistas del general afrocubano Antonio Maceo (1845-1896):
(…) Todavía huelo la espuma del mar que me hicieron atravesar. / La noche, no puedo recordarla. / Ni el mismo océano podría recordarla. / Pero no olvido el primer alcatraz que divisé. / Altas, las nubes, como inocentes testigos presenciales. / Acaso no he olvidado ni mi costa perdida, ni mi lengua ancestral / Me dejaron aquí y aquí he vivido. / Y porque trabajé como una bestia, / aquí volví a nacer. / A cuanta epopeya mandinga intenté recurrir / Me rebelé. / Su / Merced me compró en una plaza. / Bordé la casaca de su Merced y un hijo macho le parí. / Mi hijo no tuvo nombre (…) Anduve / Esta es la tierra donde padecí bocabajos / y azotes / Bogué a lo largo de todos sus ríos. / Bajo su sol sembré, recolecté y las cosechas no comí. / Por casa tuve un barracón. / Yo misma traje piedras para edificarlo (…) Me sublevé (…) / Trabajé mucho más. / Fundé mejor mi canto milenario y mi esperanza. / Aquí construí mi mundo. / Me fui al monte. / Mi real independencia fue el palenque / y cabalgué entre las tropas de Maceo (…)
En un pareado narrativo, como en el poema que inaugura Rumbos (1993), titulado “Noble antílope, Benkos Bioho, ciudadano desnudo de la Guinea entera” del escritor afrocaribeño Pedro Blas Julio Romero de Getsemaní-Cartagena (1949), la figura de Benkos Biohó, establecido como fundador de las rutas de ma gende suto ri Palengue (Palenque de San Basilio), nos devuelve al locus del cimarronaje y el rol liberador de nuestros héroes:
Mucho antes ya conocía de ti, Benkos / desde cuando semejabas un enorme viento sin habla / / un barrio apagado dentro de la bulla prieta / por tu lengua cabeceando un solo de tambor pulmonar / Empezaban a llegar las brisas buenas / sobre el tibio verano de mi cuarto / tú residías / en la mirada de mi salina tristeza / entiendo que eras como otro precioso abuelo / un tronar continuado de la piel / nacimiento de rabia temprana / porque un pequeño —Mambo— aún eras (…) Fueron tus orgasmos / estos huracanes para cuidar Palenques / Benkos Biohó renegrido comandante entre volcanes / es que no eran tierras de Canaán / sino tu reino entre el lodo sacrosanto / mangle chamuscado de vida movediza / para tu legendario trono de resistencia / Yo aún creo en lo tuyo bello monarca de la foto prohibida / en tu leche altura de todo follaje erguido / con tus remotas aves ejerciendo deposiciones benditas / sobre la maleza de tu corazón / inundado de canciones de junglas.
Hoy, también somos un gran músculo de escritores y escritoras afrodescendientes antirracistas con creciente visibilidad, conscientes de las cogniciones sociales e implicaciones socio-ideológicas que se derivan de nuestras obras literarias, lo cual demanda una profunda redefinición de las identidades postergadas, de lo estético y de los cánones literarios nacionales. Estamos aquí, corazonamos las emociones. Reelaborando en plural el famoso poema “And still I rise” de la poeta afronorteamericana Maya Angelou (1928-2014), a pesar de todo recogemos nuestros trozos de llanto y levantamos nuestro aullido en una brizna de sueños:
Tú puedes escribirme en la historia / con tus amargas, torcidas mentiras, / puedes arrojarme al fango / y aún así, como el polvo… yo me levanto / ¿Mi descaro te molesta? (…) Porque camino / como si fuera dueña de pozos petroleros, / bombeando en la sala de mi casa. / Como lunas y como soles, (…) Así, yo me levanto. / ¿Me quieres ver destrozada? / Con la cabeza agachada y los ojos bajos, / los hombros caídos como lágrimas, / debilitados por mi llanto desconsolado. / ¿Mi arrogancia te ofende? / No te tomes tan a pecho / que yo ría como si tuviera minas de oro, / excavándose en el mismo patio de mi casa. / Puedes dispararme con tus palabras, / puedes herirme con tus ojos, / puedes matarme con tu odio, / y aún así, como el aire, yo me levanto (…) / De las barracas de la vergüenza de la historia, / yo me levanto. / Desde el pasado enraizado en dolor, / yo me levanto. / Soy un océano negro, amplio e inquieto, / manando, / me extiendo, sobre la marea, / dejando atrás noches de temor, de terror. / Me levanto, / a un amanecer maravillosamente claro, / me levanto, / brindado los regalos, legados por mis ancestros. / Yo soy el sueño y la esperanza del esclavo. / Me levanto. / Me levanto. / Me levanto.
Y si bien es cierto que nos duele mucho apalabrar el grito en la garganta de nuestra propia realidad, también se nos convierte en responsabilidad comunitaria, en empoderamiento, participación y liderazgo, en fortaleza, en alimento y energía numinosa. Con el sahumerio de la palabra-acción, el arte de narrar desde el dolor, desde nuestra geografía emocional, desde el latido de nuestros úteros ensamblados a las aguas sagradas de Yemayá, significa sanar colectivamente por la experiencia compartida del pasaje medio (middle passage) e implica más una búsqueda de autoafirmación o de autonomía radical, que de victimización. Como acontecimiento literario, nuestros escritos de sobrevivencia no pueden ser leídos como historias en minúsculas para acunar la hacienda del amo.
Para mí la literatura es “Un arma cargada de futuro” (Gabriel Celaya), un terreno donde germina la inconformidad, la disputa política y la utopía posible. Para mí el oficio de escribir, de poetizar el tiempo, ha requerido de un largo aliento, en especial, si decidimos reunir esos retazos de la herencia africana esparcidos durante siglos de tristezas y soledumbre. De modo que la escritura para mí es respiración indispensable en mi trinchera existencial como mujer perteneciente a una colectividad de descendientes de la diáspora africana en Colombia, que fraguó silencios y fue parida por la negación y el olvido; y que ha sido definida a través de la percepción internalizada de la alteridad, a la vez, proyectado con la forma de lo desemejante.
Desde una mirada transversal, por ser la poesía una expresión emocional, estética, simbólica, voy más allá de las convenciones establecidas para transgredir el canon predominantemente blanco y masculino impuesto por encima de la literatura negra. Escribo en pulsaciones de sangre:
Yo presiento a una sacerdotisa armada en Zarabanda. / Me adentro en su boscosa lluvia / donde mora la malanga perfumada. / Va como iguana aleteando por el silencio, / como bruja convocada por el canto. / Yo presiento a una sacerdotisa armada en Zarabanda. / Oleadas de tambores copulan en su ombligo. / Su baile atiza el festín mayor / en los arrecifes de la aldea. / La escucho vociferar aquel secreto en la tumbadora: / Zarabanda, a ti te llamo / Zarabanda, a ti te ruego / Zarabanda, tú eres el ojo / Zarabanda, tu son malembe / Zarabanda, tú abres el camino / Zarabanda, tu son mayimbe. / Yo presiento a una sacerdotisa armada en Zarabanda. / Alba negra, candela por dentro, sombra de azadón y machete, / estranguladora de gallos. / A oscuras lleva puesta la máscara / ritual para oficiar la muerte. / Ninguna agonía la hará detener / su sangre de reptil bajo el fogón de la tierra. / Yo presiento a una sacerdotisa armada en Zarabanda. / La guardo en mis plegarias, / la enciendo verso a verso, / la llevo en mis gemidos. / ¡Ay, anochecer del alma mía! (“Ceremonia muertera”, Ashanti Dinah)
Al reencontrarme con ese conocimiento planetario, reemplazado por el duro caparazón de la filosofía occidental, pido la licencia de Orisha Oko para sembrar un puñado de polen en la fauna y la flora de mi poesía y en el ethos de sus ecosistemas. Así no sólo tributo o le rindo moforibale, expresándoles gratitud a mis antepasados, sino que pongo de relieve la trascendencia de sus saberes ombligados, esos que vieron desembocar entrañas de siglos y “humanidades anónimas”, y que aún yacen pulverizados en el olvido voluntario de los anaqueles de la historiografía oficial:
Yo te saludo abuela de mi abuela, / nombre de selva o nombre musical de río. / Marca de hierro sobre el barracón de mis hombros. / Matria nocturna, / cómplice de estrellas, / de tus crespos cuelgan constelaciones de plumas. / Yo me reflejo en tus ojos de mujer-ave / convertida en zumbido de hojas. / Te rezo este credo de brujas / con mi lengua de bosque. / Curandera mía, cuando te pronuncio / se me colma la boca de cariño. / Estás aquí asomada en el balcón de mis recuerdos, / en la caligrafía de mi corazón. / Proclama de mi sangre bozal, / yo acaricio el espíritu de tu útero: / esa terraza con olores a toronjil y salvia, / a romero y laurel / con sabores a cazabe y melao de caña. / Te ofrendo mi canto para que corras libre / a desarrugar tristezas. / Te doy gracias por acompañar mis caminos / y regar con efecto de sol mis raíces. / Yo te saludo, partera de la esperanza, / clarividente / fumadora de tabaco. / Que en mi renacer de alba / broten eucaliptos y canelos junto a tu fronda. / Te pido, guíes mi mapa de vida. / Hoy te dedico mis mejores pregones (“Tributo a mi tatarabuela”, Ashanti Dinah)
Más allá de la experimentación fonética del yambambó, yambambé (como en el poema de Nicolás Guillén) perteneciente al negrismo o del proyecto intelectual de la negritud, desde mi lugar de enunciación estético, reivindico la ancestralidad, me apropio de sus subjetividades, de su condición humana para llenar los “vacíos semánticos”, para revertir los “signos muertos” de la “otra historia de la Historia” (con mayúscula hegemónica). Yo no convoco a Hefesto o a Vulcano. Yo buceo en las corrientes de mis galerías subterráneas. Yo desentierro las voces silenciadas de las curanderas, las médicas, las yerbateras, las parteras, los contadores de historias, guardianes del conocimiento: de los griots o los jalis (en las áreas norte y sur de Mandê), de los guewel (en Wolof), de los gawlo (en Fula), o de los akpalôs (en Nagô) porque para encender la lava volcánica de Aggayú y la hoguera oculta en mi sangre, no necesito permiso de los dioses griegos o romanos. Yo invoco el “Canto a changó, oricha fecundo” de Manuel Zapata Olivella (1920-2004) escritor afrocaribeño de Colombia:
¡Changó! / Voz forjadora del trueno. / ¡Oye, oye nuestra voz! / ¡Oye, oye nuestro canto! / Oye la palabra del Muntu / sin el truenoluz de tus relámpagos. / ¡Dame tu palabra saliva / dadora de la luz y de la muerte / sombra del cuerpo / chispa de la vida! / ¡Oye, oye nuestra voz! / ¡El tambor ahogado en la sangre / habla a los primeros padres! / ¡Changó poderoso! / ¡Aliento del fuego! / ¡Luz del relámpago! / ¡Dame tu trueno! / ¡Oricha fecundo, / madre del pensamiento / la danza / el canto / la música / préstame tu ritmo, / palabra batiente, / acomoda aquí tu voz tambor / tu ritmo, tu lengua! / Changó, tu pueblo está unido en un solo grito (…) / No lloramos, ni tememos (…) / Solo esperamos que nos mantengas unidos / como los dedos de tu mano. / Caiga tu maldición sobre nuestras espaldas / renazca en cada herida nueva llama, / pero revélanos, Changó, tu rostromañana / hacia donde corre el desconocido río del exilio.
En efecto, en mi libro Las semillas del Muntú publicado por Escarabajo Editorial, Abisinia y Nueva York Poetry Press en el 2019, el primero de una trilogía, abrazo el legado de Changó, el gran putas (1983), epopeya del Ekobio Mayor Zapata Olivella. Con “plasticidad cultural” (Rama, 1984: 38), a través de la categoría Muntú, de origen congo-bantú como principio de la humanidad africana, combino el saber milenario de filosofías ecuménicas africanas (Congo-Bantú y Yoruba) en convivencia familiar con los egguns (muertos) y el polvo de sus huesos; en cohesión con la sacralidad ancestral de los Orishas de la Santería, con los Nkisis del Palo Monte y también con los loas, espíritus del Vudú, y sus diagramas y tipografías trazadas en el suelo.
Tanto en mi primer poemario, como en el segundo, próximo a publicarse Alfabeto de una mujer raíz (2020), mi palabra se revela, se politiza y agencia una fractura, un cambio de paradigma en pro de la descanonización:
Si deseas fuerza en la sangre, / sazona tu espíritu de pantera. / ¡Enraíza! / Aliméntate de toda la savia del bosque. / Desanda el murmullo de los siglos, / surca el arrebol de libertad en la parte más maciza de tu cuerpo. / Siente el poder de las raíces / que guardan el tiempo de los muertos / en la pulpa de las acacias. / Mójate de la danza de la yedra / que trepa presurosa por tus muslos. / Siente cómo se abraza
/ el eco con la siembra de tus pasos, / cómo se alarga el pez / hacia el regazo de la tierra. / Elévate y florece como el sol / de poro a pétalo, de corteza a tallo. / El viento sabrá sobrevolar tu polen / y despertar la ansiada primavera. / Si deseas respuestas, / búscalas en el origen de la pregunta (“Raíz de África”, Ashanti Dinah)
En el amanecer de un nuevo heroísmo, mi escritura negra es lumbre que conspira desde los fogones crepitantes donde se cocinan los hablamientos y las pensadurías afro-diaspóricas. Su entramado es vehículo de reexistencia, metáfora necesaria para tomar la opción descolonizadora de la literatura y la insumisión estética:
Ya lo dijo Mamá Wanga: / “Confiemos en la sabiduría del universo, / su naturaleza no se equivoca. / Si nos vibra una alquimia en el pecho, / nos pulsa un rumor, / un silabario de trinos, / un tierno brote de alas. / Despertemos las voces / en la saliva resinosa de los astros. / Somos pastoras del cosmos”. / Le escuchamos decir a María Lionza: / “Aprendamos a leer en las líneas de las hojas / la memoria de las raíces. / Un salto nos espera; / los latidos del monte nos vuelven verde limón. / Somos la savia entre las venas del árbol”. / Madre Agua nos aconsejó: / “Sigamos los pasos de las ancestras / cuando se revelan en nosotras / a través de los pálpitos del útero. / Refugio de aves donde se depositan / las fuentes de nuestro poder, / donde estallan las fiebres y la marea. / Somos íntimo jardín / lleno de lodo y caléndula sagrada”. / Hace mucho lo predijo Mamá Chola: / “Permitamos que nuestras aguas se asienten, / es vital acariciarlas, cuidarlas con esmero, / remover la hojarasca. / Cuidemos sus dolores con sábila, / palosanto y clavito de olor. / Ofrendémosle palabras, canto y danza. / Somos ritual de aromas sobre la mañana”. / Ya nos los dijo Ma Francisca, / “Debemos aprender la misión / a través de los ojos / de una mujer-espíritu, / una mujer-animal / mitad vuelo / mitad sendero (“Las mujeres de la raíz”, Ashanti Dinah).
Fuentes citadas
Angelou, Maya. 1978. And Still I Rise. Nueva York: Penguin Random House.
De Sousa Santos, Boaventura. 2009. Una epistemología del Sur. La reinvención del conocimiento y la emancipación social. México: CLACSO/ Siglo XXI.
García Márquez, Gabriel. 1970. Cien años de soledad. Barcelona: Círculo de Lectores.
Gay, Roxane. 2020. “Recuerden, nadie vendrá a salvarnos”. Progreso Semanal. June 10, 2020. Traducción de Germán Piniella del inglés: “Remember, No One Is Coming to Save Us.” The New York Times, May 30, 2020. https://progresosemanal.us/20200531/recuerden-nadie-vendra-a-salvarnos/
Herrera, Georgina. 2009. De gatos y liebres o Libro de las conciliaciones. La Habana: Ediciones Unión.
Julio Romero, Pedro Blas. 2010. Obra poética Pedro Blas Julio Romero. Biblioteca de literatura afrocolombiana, tomo XIII. Bogotá: Ministerio de Cultura.
Mansour, Mónica. 1973. La poesía negrista. México: ERA.
Morejón, Nancy. 2002. Looking Within / Mirar Adentro: Selected Poems, 1954-2000. Bilingual edition edited by Juana M. Cordones-Cook. Detroit: Wayne State University Press.
Orozco Herrera, Dinah, 2009. Hacia una aproximación Sociocrítica: el sujeto afro- Caribe frente a la modernidad colombiana en la obra de Gabriel García Márquez. Tesis de Maestría. Bogotá, Instituto Caro y Cuervo.
Orozco Herrera, Dinah. 2019. Las semillas del Muntú. Bogotá, Buenos Aires, Nueva York: Escarabajo Editorial, Abisinia Editorial, Nueva York Poetry Press.
Orozco Herrera, Dinah. 2020. Alfabeto de una mujer raíz. Bogotá: Escarabajo Editorial.
Rama, Angel. 1984. Transculturación narrativa en América Latina. México: Siglo XXI.
van Dijk, Teun A. 1988. El discurso y la reproducción del racismo. Lenguaje en contexto (Universidad de Buenos Aires), 1(1-2): 131-180.
Zapata Olivella, Manuel. 2010. Changó, el gran putas. Bogotá: Biblioteca de literatura afrocolombiana. Ministerio de Cultura.
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